jueves, julio 03, 2008

Patriotismo, pero en dosis pequeñas y controladas

Sin que sirva de precedente, en esta entrada de hoy voy a defender el patriotismo. Sí, como lo oís. Y hasta el fútbol, por muy extraño en mí que parezca. Y no sé si lo hago para intentar desmontar mitos, para tocar respectivamente el mayor número de huevos y ovarios que pueda... o porque hace mucho calor y no me apetecen temas más profundos, joder.

Empecemos. Vamos a ver: ¿Por qué queda políticamente correcto entre ciertos sectores de la población celebrar el triunfo del equipo del pueblo, ciudad o nacionalidad periférica sin estado que se tercie, y sin embargo a los que se alegran de que la selección futbolística de este país de chiste haya ganado la tan deseada Eurocopa son acusados como poco de fachillas? (Aunque, claro, presenciar cabezas rapadas participando activamente en las celebraciones del pasado domingo, o más bien queriendo rentabilizarlas para su causa, no ayuda mucho). La pregunta, naturalmente, es retórica: seguimos (quizá con algo de razón) asimilando nacionalismo español con franquismo barato y sufriendo (quizá con algo más de razón) aunque no en silencio el proverbial complejo de inferioridad hispano. Sin embargo, la tradición nacionalista periférica opuesta al antiguo régimen es progre y viste mucho.

Hasta ahí, todo perfecto. Pero no olvidemos que el fútbol es nuestro circo, y más ahora que el pan está por la nubes, y aunque al Gobierno le va de puta madre que en esta mediática (precisamente gracias al canal televisivo de Prisa) Eurocopa hayamos (uso el verbo en primera persona del plural, sí, aunque evidentemente ni meto goles con la Selección ni cobro sus emolumentos) resultado vencedores, todos somos humanos y nos merecemos estas pequeñas alegrías que hacen que nuestros sueldos menos que simbólicos, nuestro clima revolucionado y nuestros derechos sociales pisoteados nos duelan un poco menos... lo cual es perfecto mientras ello no nos conduzca a dejar de pensar, y menos a dejar de combatir. Y en este contexto me parece lícito celebrar cualquier victoria deportiva española, sobre todo si es una que durante años ha resultado tan esquiva, y también declinar celebrarla. En este sentido quisiera hacer un llamamiento tanto a los que se han echado las manos a la cabeza ante las declaraciones de personalidades culturales y políticas a quienes les repampinflaba que "la roja" ganara o incluso deseaban su fracaso (esto último me parece un poco excesivo, pero bueno), como a los que no entienden que el mismo sentimiento que les invade ante los triunfos y efemérides de su pequeña patria sin estado sea también patrimonio de los que se sienten españoles.

Personalmente, pero, deseo realizar algunas puntualizaciones. En primer lugar, todos estos festejos no me han dejado olvidar, no quiero ni puedo permitírmelo, la especulación alimentaria, la directiva de las 65 horas, la asimilación europea de inmigración con delincuencia, Irán, Afganistán, África, Palestina, la hostigación del gobierno mexicano a Chiapas y a Oaxaca (mientras Calderón es recibido con todos los honores por Gobierno y empresarios en la Expo del Desagüe y el Desarrollo Insostenible de Zaragoza) y, en resumen, un mundo que ya definitivamente pertenece a las grandes fortunas, y no a sus habitantes, sin que podamos hacer nada más que comportarnos como moscas cojoneras para amargarles un poco sus triunfos, con la conciencia de que nunca venceremos. Y en segundo lugar: lo lamento, pero no puedo sentir esa bandera bicolor como la mía. Aunque prescindiera durante un momento de mi internacionalismo militante para abandonarme levemente en los brazos del patrioterismo español (he de reconocerlo: un poco española sí que me siento, mal que me pese, así como catalana), de ninguna manera podría enarbolarla con credibilidad.
Pero sí algún día una de las fotos que ilustra la entrada (la otra está dedicada a Carles Puyol, y no precisamente por la calidad de su juego, que también) se hace real, entonces, quién sabe...

Nada más de momento, mis queridos y escasos lectores. Después de volver de Cuba (donde voy invitada por el Gobierno y en una misión de solidaridad, ahí es nada) nos volveremos a leer. Hasta entonces, buenas y combativas vacaciones en la medida de las posibilidades.

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