miércoles, agosto 02, 2006

La madre de todas las guerras

Era 22 de julio y los milicianos volvieron a cruzar el Ebro en Miravet, ante las cámaras no en este caso de Robert Capa pero sí de fotógrafos igual de entusiasmados, aunque no tan profesionales. Desde el exilio y desde la desmemoria, los protagonistas de aquellos actos pudieron pensar que la guerra que habían perdido hacia tiempo, cuando cayó aquella República precipitada e inexperta, no exenta de defectos ni de disensiones y arrastrando a tantos en su caída, quizá hoy quizá se comenzaba a ganar.
Se pronunciaron discursos, se desgranaron recuerdos. Se lloraron a los muertos y se cantaron canciones. Brotaron las lágrimas de los ojos más secos. La paz, se decidió, sería nuestra revancha. Siempre hay que vencer a los enemigos con las armas opuestas a las suyas, siempre hay que demostrarles la diferencia que de ellos nos separa.

Hablamos de la próxima cacerolada en la plaza Sant Jaume contra el genocidio israelí del Líbano, hablamos de la Plataforma Aturem la Guerra; de la lucha contra las privatizaciones de derechos irrenunciables, contra la desinformación generalizada. Contra el desequilibrio creciente. Contra el Armageddon que se avecina. Dijimos que, quizá, fuera de todas las guerras habidas y por haber en las que peleamos y contra las que peleamos, había habido una más, la guerra suprema entre el Bien y el Mal, en cuya última batalla el Bien, irremediablemente, había perdido.

Y no existen superhéroes que puedan salvarnos.

Cada día que pasa, tras cada manifestación, tras cada campaña, ellos van adquiriendo más poder. Sus huestes crecen en armamento y poderío, y las nuestras menguan aunque su número creciera. El tiempo, amigos míos, corre a su favor. Éramos ratones y ahora somos hormigas, eran gigantes y ahora son universos infinitos.

Eso todos lo sabemos.

Ondean las banderas. Se desentierra la memoria y a los muertos, para volverlos a inhumar en paz. Suenan las canciones antaño prohibidas, a voz en grito. Se levantan los puños, se construyen barricadas, se alza la famélica legión...

Hemos ganado la guerra de la memoria, de la esperanza y de la solidaridad. Hemos ganado la guerra de nuestra realización personal, al menos como soldados de la paz.

Pero hemos perdido todas las demás.

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