domingo, mayo 04, 2008

Justine, Juliette y lo inaceptable

Hay un lugar en el mundo donde la peor de tus pesadillas es completamente real. Donde, como si eso no fuera suficiente, es además habitual. Hay un lugar en el mundo que no es un único lugar, hay un lugar en el mundo que está presente casi todos los lugares, a veces casi invisible y a veces tan visible que da naúseas. Pero en ese lugar, en realidad, no domina la peor de tus pesadillas, sino aquella pesadilla que ni tan sólo te atreves a soñar. La pesadilla inimaginable. La pesadilla inaceptable. Es el reino de Juliette.

De Juliettes las hay de todas las clases, de todos los tamaños y formas, de todas las edades y sexos. Como la Juliette de Sade, las hay cuya maldad no pasa de una simple travesura, pero otras oscilan desde el simple egoísmo a la pura monstruosidad. Auqnue siempre, al igual que en las novelas del perturbado escritor francés, alcanzan la gloria. O en el peor de los casos, la impunidad. La impunidad alimentada por nuestra cobardía, por nuestra hipócrita debilidad. Claro, decimos los izquierdosos, la represión penal no es la solución, la rehabilitación es posible como bien se ha demostrado, y nuestros gobiernos proclaman estas ideas a los cuatro vientos, demostrando sus buenos sentimientos e ideas avanzadas en lugar de reconocer que las cárceles están llenas, que no hay voluntad política ni dinero para solucionar este problema, y que es mucho más fácil desinvertir en justicia que reducir los abultados salarios de los grandes de España.

Un momento. Seamos pragmáticos. Todos sabemos que hemos de pelear para revertir esta situación, pero, si no es posible, ¿estáis seguros de que la pena de muerte es una solución tan mala? Incluso aceptando que puede haber errores judiciales, ¿estos muertos inocentes no son un mal colateral necesario para interrumpir el incesante flujo de víctimas de algunos criminales? ¿Estoy realmente diciendo una barbaridad?

Es posible. Hay momentos en que tu mala suerte, o tu inutilidad impenitente, que es lo que a veces significa, se mezcla con las desgracias del mundo. Lees novelas o ensayos sobre Chechenia o Afganistán, para poner solo un ejemplo, y clamas al cielo sin entender por qué hay lugares o momentos donde la injusticia es tan flagrante; y después mientras zapeas con tu mando a distancia te topas con la entrevista a la chica rica, inteligente, guapa y con éxito profesional, y entonces echas un vistazo a tu fea imagen, a tus casi inexistentes habilidades, a tu menguada cuenta corriente y a tu fracaso. Y mezclas ambas circunstancias en tu mente, como si en el orden o desorden mundial pesaran lo mismo. Sí, hay momentos en que no eres capaz de soportar que exista la pederastia, las violaciones en masa, los padres que abusan repetidamente de sus hijos, la explotación de los débiles, y la sistemática masacre de los seres queridos y los largos años de privaciones bajo los bombardeos que ocurren en muchos países, y que ni siquiera tienes tu propia vida feliz a la que agarrarte.

Y deseas remediar todo lo exterior porque tú ya no tienes remedio, porque has nacido y morirás como la más Justine de las Justines, o al menos deseas entenderlo. Y dices, te quieres decir, que esas personas, esas víctimas de lo inimaginable, quizá tuvieron la oportunidad de escapar, quizá prefirieron vivir arrodilladas antes que morir de pie, tengas razón o no. Porque no eres capaz de seguir pensando que sencillamente se trata de un mundo mal hecho. Porque hay sucesos completamente inaceptables.

¿Sabéis una cosa? La batalla ente el Bien y el Mal la perdimos hace tiempo, y ahora sólo quedan leves atisbos de resistencia en el país ocupado. Porque seguimos siendo Justines, pero Justines sin bondad ni nobleza, Justines que no son lo suficientemente Juliettes pero lo son demasiado. Entregándonos al consumismo, dejando caer sobre las espaldas de otros la misión de arreglar nuestros problemas (porque el resto del mundo ¿qué nos importa?), siendo cómplices de todas la desgracias inimaginables y de todas las impunidades, dejando morir a los tiranos en su cama y a los delincuentes en la riqueza y la satisfacción, aterrados de cualquier esfuerzo, hasta del esfuerzo de pensar.

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