martes, octubre 17, 2006

Adiós al blanco y negro, hola a los colores dramáticos

De Venezuela, sobre todo, recordaré dos cosas: la joven cineasta que llevaba la magia de las películas a los niños de las zonas más pobres, y a la señora Eulogia, la viejecita con su cayena en el pelo que descendía desde su lejana localidad de residencia a la inaccesible Playa Medina (Río Caribe, Estado de Monagas) para vender sus dulces de coco y plátano, enseñando orgullosa la revista bolivariana Turismo y revolución donde aparecía retratada, muy favorecida, como una de las atracciones turísticas del país. También, cómo no, el esplendor tropical de sus selvas y montañas, una efusión de color y vegetación casi extraterrestre, casi dramática, donde se desarrollaba la conciencia de un pueblo amable y tranquilo que por fin está empezando a tener conciencia de su poder ciudadano. Peñeros saltando sobre las olas como peces voladores, camionetas y busetas llenas de gallinas esquivando el tráfico y los baches, curiaras surcando el Orinoco entre manglares, delfines circundando alegres las costas, las fragatas en el cielo, los tucanes en las selvas...

Colores.

Y de colores tratará esta entrada, ya que estamos en ello. Porque la vuelta a la realidad cotidiana ha significado para mí algo así como un destello cromático. Los colores de la vegetación y de la basura. Los colores de los gallardetes y de la sangre, el color que buscas y aquel del que huyes, refugiándote en el tranquilizador y aséptico blanco que permite dejar al negro al otro lado del espectro cromático, invisible, rechazado... Hay tantos gustos como colores, o algo así dice el refrán catalán. Los colores de las opiniones, los colores de la prensa, los colores de los cristales por donde se mira el mundo.

No podemos huir de ellos.

Soñaba con que el mundo fuera matemático y acromático, de una matematicismo sin números irreales, integrales y derivadas. Fácilmente clasificable. Pero no.

Hay color.

Hay una gama cromática inmensa, y has de ser más que un pintor de ojo entrenado para entender mis actos. Y los de cualquiera.
Por eso, a veces, las explicaciones sobran. El silencio es lo único verdaderamente acromático, verdaderamente matemático sin números irreales, en este mundo. El silencio, una cuchilla que corta en dos las fracciones de tu vida.

El silencio, como barrera, como antídoto, para el dolor. Respetar el silencio de los demás, tener la valentía para no pronunciar palabra cuando el silencio es el arma de los afligidos.

La pacífica radicalidad del silencio esgrimida contra los angustiosos puntos medios. Y comenzar a respirar.

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