domingo, enero 29, 2006

Enamorados de Bolkenstein

Estos días estamos asistiendo a una apoteosis de la manipulación linguística en el ámbito mediático; claro que ya hace tiempo que el tema alcanza diariamente nuevos e insospechados límites: Bush lleva años llamando democracia al genocidio y haciéndonoslo creer; Irán es un peligro por su arsenal nuclear, mientras que el de Israel (para dar un sólo ejemplo) es necesario para su autodefensa y Chirac resulta un pacifista convencido por querer echar mano de él para combatir el terrorismo (y ¿qué es terrorismo, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul?); otros llaman expolio a la devolución y devolución al expolio, y los de más allá introducen conceptos inexistentes en documentos políticos, amparándose en el desconocimiento y la pereza mental de la población.

Por ejemplo, que yo sepa (la verdad, tampoco me lo he leído, pero al menos lo reconozco), ni en el preámbulo ni en lo que no es el preámbulo del Estatut aparece ninguna reivindicación de la independencia de Cataluña ni se vislumbra ningún peligro para la al parecer sacrosanta unidad el Estado español. Ahora, que esa voluntad exista o no en algún sector de la ciudadanía más o menos numeroso es otra cuestión. En cualquier caso ¿sería tan terrible?

Lo terrible, en todo caso, es priorizar una mera forma de estado al bienestar de las personas. El día 14 de febrero no sólo se celebra el día de las tiendas que venden artículos de regalos románticos y de las empresas que hay detrás de las mismas; en el Parlamento europeo se vota el Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (AGCS), también conocido por Directiva Bolkenstein, que supondrá la liberalización de los servicios públicos, incluso los de interés general (sanidad, educación...), de manera que un ente público no podrá hacerse cargo de ellos sin vulnerar las leyes de la competencia. Para resumir, esto sin duda significará más concentración económica (y por lo tanto más desigualdad), pérdida de puestos de trabajo y descenso de la calidad de los servicios, entre otras nefastas consecuencias. Si no se consigue dejar fuera los sectores de interés público antes citados, y aún si se consiguiera, esta consolidación del neoliberalismo salvaje sí que debería preocuparnos, y no si nos llamamos o somos catalanes, españoles, franceses o ciudadanos de las Indias Occidentales.

Pero la gente está comenzando a cansarse. El aumento de votos experimentado por Hamás en las elecciones palestinas, después de la creciente complicidad del primer ministro de Al-Fatah, Mahmud Abbas, con los intereses occidentales (no estoy diciendo que Hamás sea la solución, más bien es parte del problema) es muy revelador. Y por otra parte, las medidas de austeridad salarial de Evo Morales en Bolivia, la continuidad política extraña pero efectiva, y sobre todo orientada a los desfavorecidos, de Chávez, y la Otra Campaña del subcomandante Marcos contra todo lo establecido y mirando hacia abajo y a la izquierda, pueden infundirnos esperanza. Quizá estos líderes resulten desconcertantes, aunque en cualquier caso suponen un mal menor ante los Bush y Bolkenstein de este mundo. Pero los que están, estamos, detrás, los de abajo a la izquierda, los del otro mundo es posible, los que creemos que la política empieza y termina en los ciudadanos y no pasa por depositar un voto cada cuatro años, no vamos a rendirnos. Esta participación, necesaria pero difícil (ya se ocupan aquellos arrellanados en sus poltronas, según vieja y popular expresión radiofónica, en dificultarnos con sus absorbentes horarios laborales necesarios para pagar nuestras hipotecas cualquier tipo de asocionismo que no sea reunirnos para ver Gran Hermano) es la ilusión que estamos buscando; en el fondo, nos buscamos a nosostros mismos.

Pero a veces tenemos miedo de encontrarnos.

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1 Comments:

At 03:13, Anonymous Anónimo said...

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